sábado, 28 de marzo de 2015

Ahora que ya no soy tuya

Llevo días sin poder escribir porque no te encuentro en ninguna parte. Y verás, lo que más me duele es poder escribir únicamente sobre el dolor y sobre ti, que sois tan sinónimos y antónimos que solamente sabeis confundirme. Podría decirse que te pienso, luego duele, y decir eso si qué hace daño porque contigo siempre he sido sonrisa en días grises. No quiero seguir mirando una puerta que no se abre, me niego a seguir escuchando una llamada que no llega. Deberías haberme avisado lo difícil que iba a ser eso de ser, después de ti. Y negarme a pensarte es lo mismo que negarme a sentir, porque supongo que para que la herida se cure antes tiene que sangrar. Y en realidad lleva tanto tiempo el cicatrizar que te acabas planteando si merece la pena esperar -a que te vayas de mi cabeza, corazón o lo que sea-. Total, siempre va a haber alguna noche en la que se vuelva a abrir. Pero lo que sí merece la pena son heridas como tú porque has curado tantas que te has hecho incurable y, eso, no está tan mal. No te gustan mis contradicciones y aquí te vuelvo a dejar una para que la rompas como hiciste conmigo, o para que la pienses como haces en mi ahora que ya no soy tuya. Un placer dedicarte líneas, cuida un poco de ti y no leas entre ellas.


domingo, 1 de marzo de 2015

Siete vidas son muy pocas para un gato enamoradizo



Siempre he estado de acuerdo con esos poetas
que hablan de gatos
que gastan vidas enamorándose.

Supongo que cualquiera ha sido alguna vez
ese gato
que ha perdido miedos,
uñas, maullidos
y tiempo
en forma de vidas.

Y lo mismo nos pasa a nosotros.

Aunque nadie nos dice
por qué son
siete.
Igual a la séptima se cumple el "hasta la muerte"
o quizás nos demos por vencidos
o simplemente
a la séptima grieta
el corazón termine de romperse.

Hay tres opciones,
o te mueres de su mano,
o dejas que te atropellen,
o posiblemente el corazón te explote.

Siete vidas son pocas para un gato
enamoradizo.

Para un gato
que sabe que de algo hay que morir,
y puestos a morir de algo que sea de amor
digo yo.

Puestos a volverse locos,
que sea enamorándonos de alguien capaz
de hacer que nos tiremos a las vías de su tren
y dejarnos ser arrollados
sin miedo,
sin uñas y sin ganas de maullar.

Porque vidas...
vidas
serías capaz de invertirlas todas
en cualquier brote de locura.