jueves, 7 de mayo de 2015

Raquel



Ella es una de esas personas que aparecen una vez en la vida
y te la cambian
sin pedir nada a cambio.
Sin pedirte tan si quiera que te quedes
porque no es necesario,
porque sería estúpido huir hacia algún lugar que no fuera ella.

Y ha sido tantas veces salida,
sonrisa, verso, ganas,
salvavidas,
que ni ella es capaz de imaginarlo.

No sé cómo explicarle
que lleva el cielo en sus ojos,
junto con todas mis escapatorias
y victorias.

Que es capaz de ser olvido,
recuerdo,
seguridad y miedo
a la vez,
miedo, miedo de perderla,
miedo a que deje de ser escudo en tantas guerras
y se convierta en estrella fugaz
allí donde realmente pertenece.


Ojalá todos la vieran tan bonita como la veo yo.
Ojalá pudiera dejarles mis ojos a todos
para que pudieran ver todo lo que lleva por dentro
y la humanidad volviese a creer en los milagros.

Ella da tanto y pide tan poco
que a veces me es imposible no creer en la suerte.
La suerte que me tocó aquel día que te encontré
y te convertiste en motivo de esta felicidad intermitente
que a veces se me olvida por ahí tirada.

Pero luego llegas tú
y todo se convierte en primavera.

Ojalá nunca te vayas
porque creo
y estoy casi segura
que he encontrado el motivo más grande
en una persona más grande todavía.

Y entiendo que la gente la envidie,
porque la he visto ser envidiada por
Roma, Florencia
y Venecia (cayéndose rendida a sus pies).



Ella es todo lo que cualquiera querría llegar a ser
pero nadie sabe,
porque pocos somos los que nos esforzamos en conocer
a aquellas personas que de verdad valen la pena.

Gracias por valer,
la pena, la alegría, o tan sólo por valer.
Gracias por haber sido bala contra el enemigo,
escudo en todas mis guerras,
paraguas en mis tormentas de verano…

Jamás serás capaz de ver cuánto vales:
porque ni tú, ni yo, ni nadie,
es capaz de saberlo.