¿Te imaginas que
pudieses parar todo?
Qué fácil sería
volver a empezar
y volver a quererte
un poco.
Qué cojones haces
cuando te das cuenta que dentro de ti existe un tren
sin rumbo
pero a toda
velocidad por unas vías de las que empieza a despegarse.
Lo jodido es que ese
tren no tiene ninguna dirección
pero sí que tiene
personas dentro.
Y las quieres.
Frena.
¿No lo ves?
Sigues sin tener el
valor para tan sólo pisar el pedal correcto.
Sigues sin ser
consciente del todo de que en los trenes de la autodestrucción
también hay pasajeros.
Y te quieren.
Y ellos serían
capaces de tirarse a las vías para pararte el puto tren.
Entonces empiezas a
ser consciente…
De que quizás sí
que valga la pena frenar un poco.
Por ti, por ellos,
por cualquiera.
Pero no puedes.
No puedes,
no sabes,
no puedes,
duele.
No lo ves...
Es momento de
descarrilar ese tren
y tú no sabes si
ponerte a temblar.
Porque si algo has
aprendido es
que elegir el destino a ciegas
nunca ha sido buena
idea.
Pero supongo que a
veces hay que arriesgar
a que todo vuelva a
salir mal
o que todo vaya bien
de una jodida maldita vez.
Y lo ves claro:
mira a tu lado.
Todos esos pasajeros
a los que casi les jodes la vida
están gritándote
que si sueltas el
acelerador también se puede frenar,
que no te preocupes
más por ningún pedal absurdo
que vales más que
eso.
Y entonces sonríes.
Porque ya no existe
el miedo.
Porque te das cuenta
de que ser kamikaze
es ser un poquito
valiente
pero la verdadera
valentía es saber cómo parar a tiempo.