Ojalá pudiese olvidar todo.
Puedo romper tus fotos, decirte que
todo se acabó y que no quiero volver a verte, borrar tu número,
coger tu corazón y estrellarlo contra el suelo, volver a ser yo y no
nosotros, pasar las noches con el vacío que dejaste y hacer como si
nada de todo eso me importara. Puedo decirte que para nada te echo de
menos en los momentos difíciles, que no me haces falta y que todo va
mejor desde que me fui. Puedo gritarle al mundo que puedo sola,
sin ti. Pero, ¿te crees que puedo olvidar lo que sentí al coger ese
tren? ¿Te crees que puedo olvidarme de ti?
Te diría una y mil veces que te vayas,
pero eso no es olvidarte. Jamás podré olvidar algo como tu
sonrisa, ni todo aquello que nos enseñábamos mientras crecíamos
(siempre hacia arriba) juntos, ni cómo podíamos hacer siempre que
ninguno cayera, ni la mezcla de amor y odio que me hacías sentir
tantas veces.
¿Sabes? Igual llega un día y me
olvido de todo. Me olvido de mi nombre, de dónde vivo, de quiénes
son las personas que quiero y de todas las cosas que siempre hago. Me
olvido de la fecha de mi cumpleaños y posiblemente no me reconozca
en ningún espejo. Igual en ese momento empieza a sonar nuestra
canción y lo primero que haga sea volver a sentir lo que sentí al
coger ese tren, cuando mis sentimientos fueron capaces de resumir en horas, años. Igual leo tu nombre y sólo se me ocurra sonreír. ¿Y
sabes, entonces, de lo que yo no me daré cuenta pero todos deberían
enterarse? De que los verdaderos recuerdos se encuentran en el
corazón y no en la mente.
Es por eso que no te olvido, no se
trata de que no quiera ni nada de eso. Ya te dije, puedo coger tu
corazón y estrellarlo contra el suelo, pero me haría falta mucho
valor para hacer eso con el mío.
«Porque destruirse es como acariciarse:
por muy bueno que seas contigo mismo
siempre hay alguien que lo hará mucho mejor por ti.»
-Risto Mejide