En esto del amor
no hay ganadores
ni vencidos.
Siempre acabarán dos corazones rotos
que posiblemente
tengan la cura el uno del otro
pero
que nunca se la darán.
Es un nudo en la garganta que se rompe,
una estrella que se rompe,
y dos personas que
se rompen
porque todo sigue su camino.
Siempre llega el momento de sonreír
y asumir
que se acabó el juego en el que
un corazón tan miserable como el tuyo
latía a la vez que un corazón
tan alocado como el mío.
Supongo que algo así
nos mantenía unidos
mientras el resto
pensaba
que no estábamos hechos el uno para el
otro.
¿Qué locura no?
Pensar que dos personas que,
en distintos sitios,
y cuerpos,
y mentes,
puedan caminar juntos.
Por un momento
llegué a pensar
que igual tenían razón
todos los que hablaban de
esa conexión
que surgía a veces entre los opuestos.
Supongo que
a pesar de nuestras formas tan
distintas
de ver,
de hacer,
de pensar
y de sentir las cosas,
algo nos unía.
Llámalo destino,
casualidad
o suerte.
Suerte la que tuve
de pasar esos inviernos,
con alguien como tú,
que hacía que pareciesen primaveras.
Ahora tengo miedo
del frío.
Y también tengo miedo
de este vacío interior
que me hace recordarte.
Ya sabes
que nunca creímos en promesas
y como dos tontos
nos prometimos no olvidarnos.
Hoy lo pensé
y más que una promesa
es un castigo
que nos merecimos siempre
por habernos querido tanto.
Aquí te dejo mi último regalo.
Es para ti.
Porque la poesía
no es de quien la hace,
es de quien la inspira.
Y esto
te pertenece.
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