Jamás llegaré a
entender cómo ni por qué pero a veces soy capaz de encender la luz
en medio de tanta oscuridad. Y llegan días como hoy en los que vengo
a pedirme amor. Propio. De mi y para mi. Y todos deberíamos hacer lo
mismo.
Aunque suene
estúpido y obvio creo que no siempre somos conscientes de que no
existe ningún camino sin baches que lleve a algún sitio que valga
la pena. Ni rosas sin espinas. Ni historias increíbles sin capítulos
incomprensibles de dolor, sufrimiento o cualquier cosa que parta en
dos a sus protagonistas. Quiero decir, que no debemos echarnos la
culpa por que nuestras vidas a veces se tuerzan, ni por perder las
ganas de seguir, ni nada de eso. Todo lo que ves a tu alrededor sube
y baja, cambia, como tú. Porque para subir hay que estar abajo, no
lo olvides.
Hoy soy capaz de
pensar en que todos, absolutamente todos en el mundo, somos rosas con
espinas. Y que alguien vendrá que no le de miedo rodearme y apretar
bien fuerte. Y se pinchará. Y qué. Él ya lo sabía, y no venía
esperando otra cosa. Sabe de sobra que jamás le dejaré desangrarse.
Y yo entonces sabré de sobra que él vale la pena: sólo un valiente
loco es capaz de restregarse contra el dolor porque cree que le haría
la vida más fácil. No creo que esté tan equivocado. El dolor a
veces nos salva la vida. Otras nos destroza. Pero siempre nos enseña.
Puede que te vaya a
complicar la vida, e incluso que te la destroce, pero una vida no es
vida sin valentía: atrévete.
No lo olvides: no te
dejaré desangrarte. Igual te salvo la vida: soy capaz de
acariciarte.
Tus ojos son quien
deciden verme como rosa o como arma. Y yo no tengo la culpa de lo que
los ojos de los demás decidan mirar en mi.
Hoy vengo a pedirme
amor porque yo he llegado mucho antes de que llegues tú, y voy a
quererme. Y voy a apretarme y a desangrarme. Y a lamerme las heridas.
Hoy soy mía. Y algún día seguiré siendo mía pero con alguien que
sea capaz de quererme sin miedo y con unos ojos que sean capaces de
ver que, a pesar de las heridas, cualquier cosa merece la pena.
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