Ella es
una de esas personas que aparecen una vez en la vida
y te la
cambian
sin
pedir nada a cambio.
Sin
pedirte tan si quiera que te quedes
porque
no es necesario,
porque
sería estúpido huir hacia algún lugar que no fuera ella.
Y ha
sido tantas veces salida,
sonrisa,
verso, ganas,
salvavidas,
que ni
ella es capaz de imaginarlo.
No sé
cómo explicarle
que
lleva el cielo en sus ojos,
junto
con todas mis escapatorias
y
victorias.
Que es
capaz de ser olvido,
recuerdo,
seguridad
y miedo
a la
vez,
miedo,
miedo de perderla,
miedo a
que deje de ser escudo en tantas guerras
y se
convierta en estrella fugaz
allí donde
realmente pertenece.
Ojalá
todos la vieran tan bonita como la veo yo.
Ojalá
pudiera dejarles mis ojos a todos
para
que pudieran ver todo lo que lleva por dentro
y la
humanidad volviese a creer en los milagros.
Ella da
tanto y pide tan poco
que a
veces me es imposible no creer en la suerte.
La
suerte que me tocó aquel día que te encontré
y te
convertiste en motivo de esta felicidad intermitente
que a
veces se me olvida por ahí tirada.
Pero
luego llegas tú
y todo
se convierte en primavera.
Ojalá
nunca te vayas
porque
creo
y estoy
casi segura
que he
encontrado el motivo más grande
en una
persona más grande todavía.
Y entiendo
que la gente la envidie,
porque
la he visto ser envidiada por
Roma,
Florencia
y
Venecia (cayéndose rendida a sus pies).
Ella es
todo lo que cualquiera querría llegar a ser
pero
nadie sabe,
porque
pocos somos los que nos esforzamos en conocer
a aquellas
personas que de verdad valen la pena.
Gracias
por valer,
la
pena, la alegría, o tan sólo por valer.
Gracias
por haber sido bala contra el enemigo,
escudo
en todas mis guerras,
paraguas
en mis tormentas de verano…
Jamás
serás capaz de ver cuánto vales:
porque
ni tú, ni yo, ni nadie,
es
capaz de saberlo.
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