El día que empecé a quererte tomé
la decisión de caminar a tu lado, siempre. Desde ese día he sido tu escudo
frente a tantos golpes que creo que ya no siento. ¿Qué harías tú si te encontraras
contigo? Porque el día que te encontré yo decidí darte la mano, apretártela tan
fuerte que sintieras que ya no existía el miedo. Traté hacerte ver cada día
desde entonces que las cosas podían ser diferentes, que las cosas podían ser
mejores. Me levanté tantos y tantos días deseando que por fin decidieras hacer
las cosas bien, que eligieses cuidarte a ti como lo hacía yo.
Supongo que no debió sorprenderme
cuando el cielo se nubló de repente. Siempre acaba pasando: tanto la luz como
la oscuridad forman parte de la vida. Me sumergí en un mar tan, tan oscuro que
dejé de tener fuerza para soportar tus golpes. Sentía que ya no podía matar monstruos
por ti ni hacer que tu mundo fuera un lugar menos malo en el que quedarse a
pasar un rato, pero me empeñé en seguir dándote la mano: creo que sólo esperaba
que fueras tú el que me cuidara a mí en medio de todo esto. Pero, sin embargo,
te fuiste.
Me duele más que lo hagas tú
porque eras tú quien nunca iba a dejarme sola. Pero te fuiste, como cualquiera.
Ahora ya no hay nada que hacer, y si alguna vez te preguntas qué puedes cambiar
para arreglar todo aquello que no hiciste te diré que sólo te queda meterte mi
corazón por donde te quepa, quizás así entiendas lo que siento.
¿Qué harías tú si te encontraras
contigo? Seguramente saldrías corriendo. Recuerda que yo siempre pude hacerlo,
pero no lo hice. Yo nunca me fui.
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