domingo, 26 de octubre de 2014

Recordar es volver a pasar por el corazón.

Ojalá pudiese olvidar todo.
Puedo romper tus fotos, decirte que todo se acabó y que no quiero volver a verte, borrar tu número, coger tu corazón y estrellarlo contra el suelo, volver a ser yo y no nosotros, pasar las noches con el vacío que dejaste y hacer como si nada de todo eso me importara. Puedo decirte que para nada te echo de menos en los momentos difíciles, que no me haces falta y que todo va mejor desde que me fui. Puedo gritarle al mundo que puedo sola, sin ti. Pero, ¿te crees que puedo olvidar lo que sentí al coger ese tren? ¿Te crees que puedo olvidarme de ti?
Te diría una y mil veces que te vayas, pero eso no es olvidarte. Jamás podré olvidar algo como tu sonrisa, ni todo aquello que nos enseñábamos mientras crecíamos (siempre hacia arriba) juntos, ni cómo podíamos hacer siempre que ninguno cayera, ni la mezcla de amor y odio que me hacías sentir tantas veces.
¿Sabes? Igual llega un día y me olvido de todo. Me olvido de mi nombre, de dónde vivo, de quiénes son las personas que quiero y de todas las cosas que siempre hago. Me olvido de la fecha de mi cumpleaños y posiblemente no me reconozca en ningún espejo. Igual en ese momento empieza a sonar nuestra canción y lo primero que haga sea volver a sentir lo que sentí al coger ese tren, cuando mis sentimientos fueron capaces de resumir en horas, años. Igual leo tu nombre y sólo se me ocurra sonreír. ¿Y sabes, entonces, de lo que yo no me daré cuenta pero todos deberían enterarse? De que los verdaderos recuerdos se encuentran en el corazón y no en la mente.
Es por eso que no te olvido, no se trata de que no quiera ni nada de eso. Ya te dije, puedo coger tu corazón y estrellarlo contra el suelo, pero me haría falta mucho valor para hacer eso con el mío.

 «Porque destruirse es como acariciarse:
por muy bueno que seas contigo mismo
siempre hay alguien que lo hará mucho mejor por ti.»
-Risto Mejide

domingo, 5 de octubre de 2014

Haciéndote

Siempre he querido vivir en un mundo contigo. Nuestra vida, nuestras locuras, nosotros... Siempre he querido que fueses tú el que picase a la puerta después de trabajar en tardes de lluvia, que me abrazases todas las noches como si siempre fuese invierno, y que todo el desastre de tu habitación se trasladase a la mía. Siempre te he imaginado con 30, 50 y 80 años... Sonriéndome. Si algo tenía claro es que tu sonrisa y tu forma de mirarme no iban a cambiar nunca. Quería que fueses esa persona con la que bailar nuestra canción durante el resto de mi vida, que nuestros hijos se pareciesen a ti. Joder quería hacerte feliz toda tu vida. Quería quitarte tu mal humor de por las mañanas comiéndote a besos en la ducha. Quería pasarme las noches debajo de una manta en el sofá calentando mis pies con los tuyos. Quería perderme contigo todos los fines de semana. Quería luchar por ti lo que no había luchado por mi. Quería sentir que podía dar todo lo que yo era a una persona que era todo lo que yo quería. Quería hacerte feliz porque así yo era feliz. No era la historia de siempre, esa de “tu felicidad no debe depender de nadie”, no. Simplemente un día me dijeron que hiciese todo aquello que me hiciera feliz. Y te hice a ti. Y a partir de ese momento supe que mi forma de ser feliz era haciéndote feliz a ti. Pero ya sabes todo eso de que no siempre se comen perdices... Pues te digo que no siempre se acaba siendo feliz. Ojalá pudiese repetir todo lo que fuimos. Y lo volveré a repetir, pero no serás tú ni seré esta yo. Y posiblemente tenga una sonrisa distinta con la que sonreírme con 30, 50 y 80 años. Y ojalá recuperase ese vicio que al final fue lo único que quedó uniéndonos, dejándonos ese vacío que sufre un exdrogadicto, un exalcóholico... o nosotros.