martes, 6 de noviembre de 2018

Yo nunca me fui


El día que empecé a quererte tomé la decisión de caminar a tu lado, siempre. Desde ese día he sido tu escudo frente a tantos golpes que creo que ya no siento. ¿Qué harías tú si te encontraras contigo? Porque el día que te encontré yo decidí darte la mano, apretártela tan fuerte que sintieras que ya no existía el miedo. Traté hacerte ver cada día desde entonces que las cosas podían ser diferentes, que las cosas podían ser mejores. Me levanté tantos y tantos días deseando que por fin decidieras hacer las cosas bien, que eligieses cuidarte a ti como lo hacía yo.

Supongo que no debió sorprenderme cuando el cielo se nubló de repente. Siempre acaba pasando: tanto la luz como la oscuridad forman parte de la vida. Me sumergí en un mar tan, tan oscuro que dejé de tener fuerza para soportar tus golpes. Sentía que ya no podía matar monstruos por ti ni hacer que tu mundo fuera un lugar menos malo en el que quedarse a pasar un rato, pero me empeñé en seguir dándote la mano: creo que sólo esperaba que fueras tú el que me cuidara a mí en medio de todo esto. Pero, sin embargo, te fuiste.

Me duele más que lo hagas tú porque eras tú quien nunca iba a dejarme sola. Pero te fuiste, como cualquiera. Ahora ya no hay nada que hacer, y si alguna vez te preguntas qué puedes cambiar para arreglar todo aquello que no hiciste te diré que sólo te queda meterte mi corazón por donde te quepa, quizás así entiendas lo que siento.

¿Qué harías tú si te encontraras contigo? Seguramente saldrías corriendo. Recuerda que yo siempre pude hacerlo, pero no lo hice. Yo nunca me fui.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Siempre he sido yo


«El sufrimiento, en cierto modo, 
deja de ser sufrimiento 
cuando encuentra un sentido»
- Viktor Frankl


He hablado conmigo de mí porque creo que soy yo la única persona a la que le debo explicaciones.

Llevo días pensando acerca de toda esta espiral de dolor en la que se ha convertido todo y de la que, he pensado, no podía salir. He dicho mil veces que se acabó, que hay que volver a empezar, que lo único que había que hacer era desprenderse. Pero siempre he vuelto a caer como si todos esos pensamientos y recuerdos me atrapasen en un tiempo y un espacio que parecen ser infinitos e inabarcables al mismo tiempo. El miedo de empezar de nuevo siempre acaba reapareciendo, y yo siempre acabo dejándome dominar. Y, bueno, siempre he hablado de desprenderse como si fuera fácil. Como si dejar algo-ahí no fuera a doler más todavía y entonces no fuera a sentir que todo se desborda.

Pero, en medio de todo eso, he decidido hablar conmigo de mí. He decidido darme la oportunidad que merezco. Porque para que llegue la calma tiene que haberse desbordado todo. Quiero decir, que no soy culpable por haber sentido nada aun sin dejar de ser responsable de todo.

Siempre te he dicho que las cosas que no decías te ahogaban lentamente, y reconozco que poco a poco he sentido cómo se formaba un nudo dentro de mí. Pues bien, estoy rompiéndolo. Estoy diciéndome todas esas cosas que tenía que haber dicho y nunca dije.

Odié el día en que te fuiste porque pensaba que había perdido. Sentí cómo mi corazón se paró en seco durante tres segundos antes de romper a latir frenéticamente. Supongo que tenía miedo. Miedo por cómo iba a ser todo a partir de ese momento. Miedo porque nunca estuve preparada para ese momento. Fuera lo que fuera, recuerdo que me sentí muy triste. Tremendamente triste. Era una tristeza de las que te come por dentro y no te deja pensar en nada, ni querer nada, ni disfrutar nada… Era una tristeza de las que te encierran en un túnel del que nunca ves la luz, pero que en el que tampoco la buscas. Era una tristeza que no me dejaba dormir ni comer, solamente me dejaba llorar.

Pero en medio de esa tristeza, alguien vino y me dio la mano por las noches. Y entonces te confieso que dormí, y que poco a poco fui dejando de llorar. Me convenció de buscar la salida del túnel, me ayudó a buscarla. Me llevó lejos de todo y me enseñó que era posible volver a empezar, allí o aquí. Porque todo lo que había sentido y vivido contigo lo había construido yo. Todos mis recuerdos los había creado yo: siempre había sido yo.

Fui yo la que curó todas tus heridas abiertas aquel día que nos encontramos, dejándote confiar de nuevo y haciéndote ver que el mundo podía ser un lugar que merecía la pena. Yo saqué tantas cosas buenas de mí, para ti, que a veces me dejaba vacía a mí misma. Jamás supiste por qué hice todo eso. Pensaste que había sido un golpe de suerte en el camino. Pero yo hice de mi casa tu casa porque no hay nada más humano que eso. Y creo que esa es la explicación de todo: soy humana.

También era yo a la que se le encogía el corazón cuando te decía que nada era para siempre. Siempre supuse que esto nos condenaba al mismo tiempo que nos hacía libres. El dolor que sientes cuando se rompe algo que quieres es inmenso. La esperanza de que todo lo malo se acabará algún día es la única razón por la que muchas personas siguen vivas. Creo que nunca debí olvidar esto.

Siempre te dije que no entendía que hubiera personas en el mundo le dan la espalda al atardecer, y al mar, y que nunca se han atrevido a abrir los ojos desde el extremo de un precipicio; personas que odian el olor de las montañas y de los libros nuevos, y que nunca se han quedado embobadas mirando las estrellas; personas a las que no le gusta el sonido de la lluvia ni de un corazón latiendo fuerte cuando te apoyas contra el pecho de otra persona… Y has cogido y le has dado la espalda al mar que tenías delante. Por eso, en ningún momento desde que te has dado la vuelta te he entendido.

Y en mi empeño por ver el lado bueno de las cosas, quise ver tu parte buena. Pero acabé rota, yo también. No te preocupes, no has sido tú el que me has roto. Me he roto yo misma por intentar abrazar algo que no existía. Por intentar creer que podías ser diferente. Por intentar querer a alguien que no se merecía un corazón como el mío.

Todo esto me hace ver que siempre fui yo: la que cantaba en el coche, la que corría a abrazarte, la que salía a buscarte, la que te acompañaba en cada paso del camino. Era yo la que te pintaba los días grises, y la que hacía que las cosas fueran más fáciles.

Ahora me doy cuenta de que puedo salir del dolor, porque todo lo que me hacía feliz era yo. No lo he perdido. No he perdido. Has perdido.

Lo hice por ti, sí. Pero siempre, siempre, fui yo.